Fosa común en el Cementerio de La Isla donde está enterrado D. Cayetano Roldan, último Alcalde Republicano, fusilado por los golpistas.
Paco F. Frías (Información/San Fernando)
Durante años, desde la reinstauración de la democracia en España, hemos convivido con las manidas cantinelas de que “los dos bandos fueron iguales”, “salvajadas se cometieron las mismas por ambos grupos” o “todos tuvieron la culpa”.
Previamente, en tiempos de dictadura, el debate sobre la Guerra Civil era arbitrario y las murmuraciones vecinales estaban orquestadas por la manipulación monopolista y el atropello de la desinformación. La realidad cierta se hallaba secuestrada por los ganadores de la contienda que solo dejaban trascender a la opinión pública aquellos sucesos engañosos que encubrieran la crueldad de sus actos y otras historias inventadas o tergiversadas para tratar de ergotizar con saña la perversidad de los derrotados.
Cierto que hubo un Paracuellos o un Cuartel de la Montaña por poner algunos ejemplos de acciones republicanas. Pero siempre precedidas por otras mucho más atroces como las masacres cometidas por la Columna de la muerte o el bombardeo sobre Guernica de la Legión Cóndor nazi. En cualquier caso, el agredido cuenta con el atenuante de su defensa en detrimento de la iniciativa del agresor. Por eso, cualquier análisis objetivo sobre la Guerra Civil Española, contempla esta circunstancia como eximente de la réplica de los liberales.
Pero el tiempo ha pasado y la sumisión ante la mentira ha expirado porque ese mito ya no hay quien lo mantenga: “Los dos bandos no fueron iguales”. El simple hecho de que hubo agresores y agredidos ya es suficiente para diferenciar la ferocidad de los hunos contra la reacción de los otros. Más quiso la historia manoseada que esto nunca fuera tenido en cuenta, y así, la resistencia republicana apareció durante décadas aparcero a mitad de utilidades del drama bélico.
En nuestros días, el pronunciamiento de quienes vuelven la espalda a los estudios documentados sobre la contienda para mantener el criterio erróneo de las barbaridades cometidas por los defensores de las libertades, ya no tiene sustento. Podrán quedarse con sus descabellados argumentos para no rendir sus convicciones a la evidencia, pero la demoledora solidez de la verdad, será la que prevalezca en el futuro gracias a los esfuerzos de cientos de personas empeñadas en aflorar la realidad oculta para el esclarecimiento de los crímenes franquistas y el rescate de la Historia cierta.
Solo el Foro por la Memoria de Valencia presidido por Amparo Salvador, sacó a luz en 2006 el descubrimiento de varias fosas comunes en el cementerio de esa ciudad en cuyo interior se hallaron los restos de 26.000 víctimas de la represión rebelde. Cifra que ridiculiza las contabilizadas anteriormente en Andalucía y Extremadura y que adquieren una dimensión solo comparable a las del genocidio nazi. A diferencia de aquellas, no existen filmaciones ni fotografías porque Franco, viendo próxima la victoria y consciente de que algún día tendrían que decir que esto nunca sucedió, ordenó que no quedara prueba alguna del holocausto absolutista. De ahí que esas descomunales fosas se encontraran ubicadas en el propio cementerio.
Nadie buscaría muertos entre los muertos. Casualmente fue el PP, caballero feudal de los predios levantinos, el único partido opuesto frontalmente a la investigación y posterior levantamiento de las mayores fosas comunes de Europa blandiendo el trillado argumento de “no reabrir viejas heridas” Algo que nunca entenderé pues ningún demócrata debería oponerse al esclarecimiento de las barbaridades cometidas durante la contienda bélica. El bando ganador ya honró a sus víctimas durante cuarenta años y es de justicia que ahora los descendientes de los asesinados por el franquismo, hartos de subyugar sus deseos, pretendan apartar la tierra ensangrentada para localizar los restos de sus familiares ocultos bajo el lodo del olvido y la ignominia, y dignificarlos humanamente.
Francisco Espinosa Maestre, doctor en Historia y obstinado investigador de los acontecimientos tratados, acaba de publicar un detallado estudio sobre las atrocidades cometidas en nuestra Guerra Civil donde desmonta de forma categórica la indigna calumnia de que “los dos bandos fueron iguales”. En el análisis de sus investigaciones se contabilizan de forma documentada 130.000 muertos por la represión fascista. Cifra que, lejos de ser definitiva, seguirá aumentando conforme se profundice en archivos y cunetas, porque la mayoría de las fosas comunes se encuentran próximas a los lugares por donde los sublevados fueron avanzando y aún queda mucha tierra que remover.
Las abominables declaraciones de Yagüe cuando afirmaba que “no pensaba dejar vivo ni un rojo a su espalda”, o la recomendación del canalla Queipo de Llano a su colega López Pinto, recordándole que “esto se acaba y es preciso que antes matemos a todos los comunistas. Aún tenemos la excusa de la guerra”, hacen pensar que así será sin dudas.
Aquí, en La Isla, la historia también es contundente. No existe un solo testimonio sobre crímenes republicanos. En cambio, todos sabemos por nuestros mayores los asesinatos que cometió la Falange entre 1936 y 1941. Episodios dramáticos que quedan recogidos y documentados por José Casado Montado en sus libros Memorias de un mal nacido y Trigo tronzado. Textos que la Administración local debería proponerse reeditar algún día, para que todos entendamos para siempre, que los dos bandos no fueron iguales.
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