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viernes, 28 de noviembre de 2008

Sobre el monumento a Varela



Francisco Espinosa Maestre. Historiador.

Leo la noticia de Amaya Lanceta sobre el debate en torno a qué hacer con el monumento a Varela.
Sé algo de esa columna de la muerte a cuyo frente puso Franco a Varela a partir del 24 de septiembre de 1936 y me gustaría aportar algunos datos. Si se lee con detenimiento el diario de operaciones de Varela, cuya publicación estuvo a cargo de Jesús Núñez, se verá la absoluta desproporción entre las bajas de los golpistas y las bajas gubernamentales. La razón es simple: las columnas dirigidas por los africanistas no sólo iban realizando brutales razias en cada lugar que ocupaban sino que en su avance no dejaban ni heridos ni prisioneros. De ahí esas cantidades del diario de Varela: buena parte de esos cientos de bajas enemigas no son sino prisioneros aniquilados.
Algún militar lo dejó anotado en su diario. Pero fue sobre todo un capellán jesuita, Fernando Huidobro Polanco, el que nos dejó el testimonio clave. A Huidobro le cogió la sublevación en Friburgo, preparando su doctorado en Filosofía bajo la dirección de Heidegger. Rápidamente marchó a España y a finales de agosto se incorporó como capellán a la 4ª Bandera de la Legión, con la que permaneció hasta su muerte en el frente de Aravaca en abril de 1937. La particularidad de este capellán es que en octubre del 36, es decir, en el preciso momento en que Varela estaba al mando de las columnas que marchaban hacia Madrid, denunció las matanzas indiscriminadas de heridos y prisioneros. Alarmado, llegó a escribir que lo que estaba costando entrar en Madrid “es castigo por los crímenes incesantes que se están cometiendo de nuestra parte”. Envió las denuncias al círculo de Franco, al Cuerpo Jurídico Militar e incluso al propio Varela. Antes o después todos, hasta el mismísimo Yagüe, dijeron compartir sus criterios cristianos. Pero la matanza ya estaba hecha.
¿A qué viene pues tanta duda sobre el monumento a Varela? Fue un traidor al juramento de lealtad que dio a la República, se situó fuera de la ley desde que se sublevó y como uno más de la cúpula golpista y jefe de la segunda fase de la marcha hacia Madrid fue responsable de la desaparición de miles de personas inocentes. No parece que un individuo con este curriculum, por muy querido que sea por familiares, admiradores y biógrafos, merezca ocupar uno de esos espacios que las sociedades democráticas suelen dejar para las personas que merecen reconocimiento y constituyen ejemplo a seguir.

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